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La esperanza de vida se observa en sus niveles más altos en los países con latitudes más allá de los trópicos, lo mismo que las menores tasas de mortalidad infantil. También en estos países, especialmente del Hemisferio Norte, la disponibilidad de calorías por habitante se encuentra muy por arriba de las 3,000 y aunque en algunos países del espacio intertropical la disponibilidad de calorías per cápita es teóricamente suficiente (México por ejemplo), su origen es predominante de cereales y otros vegetales y, en menor escala, de proteínas de origen animal.

 

Llama la atención que en los tres países, que hasta 1988 registraban las menores tasas de mortalidad infantil, el ingreso de calorías per cápita no llegaba a una cifra de 3,000: Japón con la menor tasa de mortalidad infantil en el mundo, de 5 x 1,000 nacidos vivos registrados, Taiwan cuya tasa de mortalidad infantil es de 5.3 y las Islas Marianas del Norte, con una tasa de 5.5 por mil r.n.v. En Burkina Faso, Guinea y Malawi, las tasas de mortalidad infantil son de 137, 143 y 149 por cada 1,000 nacimientos y la espera de vida no llega a los 50 años.

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Por otro lado, la mortalidad materna en el mundo es aún muy elevada, con 390 defunciones por cada 100 mil nacimientos, pero con una diferencia de 30 en los países desarrollados y de 450 en los que aún están por debajo de los estándares del desarrollo. En los extremos se puede observar que la tasa de mortalidad materna en Suecia y Bélgica es menor de 5, en tanto que en Bangladesh y Etiopía es mayor de 500.

Estos indicadores, muy generales, no permitirían observar una polarización epidemiológica de los países en el mundo. Con ello podría intentarse plantear asimismo, que los países situados en los intermedios de una lista referida, se encontrarían en el proceso de la transición epidemiológica, dado la disminución de muertes tempranas, la consecuente oportunidad de llegar a edades mayores y la mayor probabilidad de enfermar o morir por causas crónicodegenerativas. Así, el patrón de morbilidad y mortalidad se modifica mediante el traslape de enfermedades crónicas, no transmisibles y las infecciosas. Este fenómeno ocurre en diferentes tiempos y a velocidades distintas, por lo que el impacto no parece ser igual, de tal manera que resulta más evidente en la subregión de América Latina, que en África y los países más pobres de Asia.  

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​El inicio de la transición epidemiológica coincide, y puede ser atribuido en gran parte, al desarrollo de tecnologías para la protección y atención a la salud. La velocidad con que el proceso transicional ocurre tiene que ver con la capacidad de la infraestructura de salud de los gobiernos para implantar, desarrollar y mantener o concluir, con éxito, programas de salud en la población y, también con el nivel de satisfactores sociales de que dispone la población, incluyendo sus niveles de educación. El fenómeno de la transición epidemiológica puede ser muy prolongado, en tanto que los recursos de la tecnología agoten por saturación las posibilidades de lograr nuevas transiciones, sobre todo en la mortalidad y la morbilidad. Algunos países, cuyas posibilidades de modificación estructural de la sociedad, o no ocurre o es muy lenta, se verán sumidos en una cuestionable transición, que dejaría de serlo por el alargamiento impredecible de un patrón epidemiológico mixto y escasamente cambiante y con pocas posibilidades de revolucionarse.

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